jueves, junio 25, 2009

houellebecq y michael jackson

de Plataforma

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Subió a eso de las seis; yo me había dormido con el libro en la mano. Se quitó el bañador, se duchó y volvió a mi lado, con una toalla en torno a la cintura y el pelo ligeramente húmedo.
—Vas a pensar que es una obsesión mía, pero le he preguntado a la alemana qué tienen los negros que no tengan los blancos. Es verdad, es impresionante: las mujeres blancas prefieren acostarse con africanos, los hombres blancos con asiáticas. Necesito saber por qué, es importante para mi trabajo.
—También hay blancos a los que les gustan las negras...
—observé.
—Es menos frecuente; el turismo sexual está mucho más extendido en Asia que en África. En fin, el turismo en general, realmente.
—¿Qué te ha contestado?
—Lo de siempre: que los negros están más relajados, que son viriles, que les gusta divertirse, que saben pasárselo bien sin romperse la cabeza, que no dan problemas.
La contestación era bastante superficial, desde luego, pero contenía las líneas directrices para formular una teoría adecuada: en resumen, los blancos eran negros inhibidos, que querían recuperar una perdida inocencia sexual. Claro, eso no explicaba la misteriosa atracción que parecían ejercer las mujeres asiáticas; ni el prestigio sexual del que, según todos los testimonios, disfrutaban los blancos en África negra.
Entonces formulé las bases de una teoría más complicada y más dudosa; los blancos querían estar morenos y aprender a bailar como los negros; los negros querían aclararse la piel y desrizarse el pelo. Toda la humanidad tendía instintivamente al mestizaje, a la indiferenciación generalizada; y lo hacía, en primer lugar, a través de ese medio elemental que era la sexualidad. El único que había llevado el proceso a su término era Michael Jackson: ya no era ni negro ni blanco, ni joven ni viejo; en un sentido, ni siquiera era ya ni hombre ni mujer. Nadie podía imaginarse realmente su vida íntima; había comprendido las categorías de la humanidad corriente y se las había arreglado para dejarlas atrás. Por eso lo consideraban una estrella, incluso la más grande —y en realidad la primera— del mundo. Todos los demás —Rodolfo Valentino, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Marilyn Monroe, James Deán, Humphrey Bogart— podían ser considerados, como máximo, artistas con talento, sólo tenían que imitar la condición humana, transponerla estéticamente; el primero en intentar ir un poco más lejos había sido Michael Jackson.

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